terça-feira, janeiro 26, 2010

La Amante de Bolzano

Há livros, aparentemente longos, extensos, espessos que, bem avaliados, bem lidos, verifica-se serem ideais para uma adaptação teatral. Tal este livro de Sándor Márai. Escritor húngaro que se exilou ainda antes de 56 e que se suicidou (tendo como precipitante a morte da esposa) pouco antes da queda do muro de Berlim, é hoje uma redescoberta fascinante - um grande escritor.


E de que trata este volume?

O famosíssimo Giacomo Casanova conseguiu finalmente fugir das masmorras de Veneza, sua amada terra natal. Porque entrou nas masmorras e como delas se conseguiu libertar não é líquido. Chega esfarrapado, esfomeado, a Bolzano, hoje Itália de “expressão austríaca”, naqueles tempos já posto avançado de Viena em terras transalpinas. Cidade de província, vamos. Apesar da sua apresentação não deixa de ser Il Cavaliere Casanova. E a estalagem e a própria cidade, são tomadas por este personagem, enfim livre.

"Las mujeres sentían que aquella fuga y todo lo que había ocurrido había sucedido hasta cierto punto en su propio interés. No sabían explicar bien sus sentimientos; pero, como eran mujeres y además venecianas, no los discutían, sino que aceptaban el argumento mudo que el corazón, la sangre y la emoción les dictaban al oído. Las mujeres se alegraban de que se hubiese fugado. Como si una fuerza, hasta entonces encadenada, se hubiese desatado por el mundo; como si del mito y la leyenda, de los libros y los recuerdos, de los sueños y las emociones, de las profundidades ocultas —secretas y desconocidas, verdaderas y temibles— de la vida de los hombres y las mujeres, hubiese surgido alguien sin disfraz y sin peluca, sin polvos de tocador, tan desnudo como vuelve una víctima de su cita en la cámara de torturas. Las mujeres lo seguían con la mirada, se cubrían el rostro y los ojos con una mano o con el abanico, inclinaban ligeramente la cabeza, no decían nada, mas la mirada velada y brumosa de sus ojos, fija en el fugitivo, decía: «Sí, sí, sí.» Por eso sonreían. Era como si su mundo se hubiese colmado de ternura durante unos días. Por las noches se asomaban a las ventanas o a los balcones que daban a los canales, con la cabeza cubierta con un velo de encaje sujeto por una peineta en forma de laúd y un pañuelo de seda sobre los hombros, y miraban hacia abajo, hacia las aguas sucias y aceitosas, calmas e indiferentes, por donde pasaban las góndolas, y devolvían una mirada que la noche anterior habrían rechazado, dejaban caer un pañuelo que unas manos rápidas y morenas recogían sobre el espejo de las aguas, se llevaban una flor a los labios y dejaban escapar una sonrisa. Luego cerraban las ventanas, y en sus habitaciones se apagaban las luces. Pero en su corazón y en sus gestos, en los ojos de las mujeres y en la mirada de los hombres, algo brillaba durante aquellos días. Como si alguien les hubiese hecho llegar una señal secreta que decía que la vida no es sólo un conjunto de leyes y normas, de prohibiciones y cadenas, sino también una emoción más libre, sin sentido y sin propósito, más fuerte de lo que ellos mismos habían creído. Por un momento todos comprendían esa señal y se sonreían los unos a los otros."

Mas porque parou Casanova em Bolzano? Etapa mais que provável no caminho para norte e para longe do poder da Sereníssima, a vida está porém armada das mais suculentas coincidências. Tais como uma antiga paixão de Casanova, Francesca, ali habitar, com o seu idoso esposo, o Conde de Parma. Francesca que Casanova “perdeu” para o Conde em duelo cinco anos antes, era ainda o Conde homem vigoroso que agora já não é, e Francesca uma "criança" de dezasseis.

"De repente, como quien encuentra lo que ha estado buscando, silbó en voz baja. Y pronunció el nombre—: Francesca.
Levantó la mano con la pluma de oca y escribió el nombre en el aire con un gesto de sorpresa, como queriendo decir: «¡Diablos! ¡Si yo no soy culpable de nada!» Se desperezó ante el rojizo resplandor de la chimenea, en medio del calor perfumado, tiró la pluma y se puso a contemplar el fuego. «¡Vaya! ¡Francesca! —pensó; y de nuevo—: ¡El conde de Parma! ¡En Bolzano! ¡Qué casualidad!» Sin embargo, sabía que las casualidades no existen, y que aquélla tampoco era una. De pronto lo vio todo con claridad, como si se hubiesen encendido centenares de velas en la habitación. Oyó una voz, sintió un perfume familiar, el perfume sabio y jubiloso de la verbena y de la ropa interior femenina recién planchada. «Hace cinco años, sí», recordó, y se asustó un poco. Porque los últimos cinco años, con su fluir ardiente y sucio, lo habían borrado todo, incluso a Francesca, y él no había tendido la mano hacia ella, que se alejaba. ¿Acaso recordaban todavía la historia de Pistoia, del palacio, desde donde la condesa solía viajar al mediodía hasta Florencia, en su carroza cubierta por un baldaquino negro, a la hora en que los señores y los señoritos se reúnen como en un desfile de monos delante de los elegantes escaparates de la via Tornabuoni? ¿Acaso recordaban todavía el duelo que había tenido lugar a medianoche en Pistoia, cuando el anciano pretendiente, su excelencia, lo había aguardado a la sombra de los cipreses, calvo, con la espada en la mano, y los dos se habían batido allí mismo, delante de los ojos del viejo conde y de Francesca, en el patio del palacio, en silencio, y cómo sus espadas echaban chispas bajo la luz de luna? Lucharon durante un buen rato, con una furia que disolvía el motivo de la pelea, y ya ninguno de los dos exigía venganza ni reparación; ya tan sólo querían la pelea, puesto que dos hombres eran demasiados alrededor de Francesca. «¡Peleó bien el viejo! —dijo para sí, reconociendo sus méritos—. Entonces la señora de Barbaruccia aún no tenía que prepararle brebajes para aumentar sus posibilidades de ganar los favores de Francesca.» Se cubrió los ojos con las palmas de las manos; podía ver la escena con claridad y no sabía por qué no quería dar la espalda a las imágenes que se presentaban con toda nitidez tras sus párpados cerrados."

Mas Casanova aspira e não aspira a reencontrar Francesca, uma paixão não consumada cuja imagem o persegue. Porquê? Qual a diferença? Casanova conheceu “todas” as mulheres, e delas conheceu “tudo”, vejamos a sedução breve e “artefacta” da afilhada do estalajadeiro, como para reencontrar a agilidade e o deslizar da mais íntima das armas. Que falta a Casanova? Francesca? O que pode ainda Francesca dar-lhe?

"Se palpó las cicatrices del pecho, una por una, evocando sus recuerdos. Tenía tres, de tres heridas, en el lado izquierdo, encima del corazón, como si sus contrincantes, proponiéndoselo inconscientemente, hubiesen querido herirlo justo ahí. La cicatriz del medio, la más profunda y ancha, correspondía al duelo que había mantenido con el conde de Parma por Francesca. Se acarició la herida con el dedo índice, pero ya no le dolía. Se habían batido a espada, y el arma del conde había penetrado profundamente por encima de su corazón, así que el cirujano estuvo sacándole pus y sangre durante semanas; era una herida complicada, pues sangraba también para dentro, y la víctima concluyó su aventura entre fiebres, escalofríos, estados de inconsciencia, desmayos y mareos, entre gemidos y gritos de dolor. Estuvo internado en Florencia, en el hospital de las Hermanas de la Piedad, adonde lo habían trasladado la misma noche del duelo en la carroza del conde. A partir de ese instante no volvió a ver a Francesca. Se enteró de los esponsales tres años más tarde, en Venecia, durante los carnavales; se lo contó el embajador francés, comentándole entre lamentos que el primo de su majestad todopoderosa, del rey más católico, el conde de Parma, había cometido un acto completamente irresponsable en su senectud al casarse con una simple muchacha de la Toscana, una vulgar condesa de provincias, olvidándose así de su condición y linaje... Entonces él sonrió y calló. La herida ya no dolía, sólo le molestaba ligeramente los días de lluvia. La vida pasaba, y nadie volvió a pronunciar el nombre de Francesca."

"«¿Cómo es posible que a pesar de todo no haya dejado de pensar en ella durante estos años?», se preguntó. Más tarde —cuando recibió la segunda herida, larga y profunda, debajo de la señal que le había dejado el conde de Parma encima del corazón, una herida que le causó el sable del mercenario del tahúr de Orly, una madrugada en que salía de una casa de juego de Murano llevando en el bolsillo de su capote unas monedas de oro trabajosamente conseguidas, arrebatadas con astucia y habilidad a un jugador bribón y embustero que manejaba la banca—, cuando estuvo entre la vida y la muerte en los días posteriores al ataque, no dejó de ver aquella imagen, la imagen de Francesca al lado del muro del jardín, bajo el cielo azul de la Toscana. Y cuando recibió la tercera herida —un arañazo extraño, causado por las uñas de una griega, que le había dolido más que todas las demás heridas de duelo causadas por hombres. Una herida misteriosa a través de la cual unos venenos mortales penetraron en su cuerpo, una herida más pequeña que la que puede causar una simple aguja, y, sin embargo, tan peligrosa que el señor de Bragadin y los mejores médicos del Consejo estuvieron ocupados durante semanas al lado de su cama, maltratando al herido con lavativas y sangrías, hasta que se aburrió de la agonía, y un día pidió un zumo de naranja y una sopa de verduras, y se levantó sin más—, cuando recibió la tercera herida, provocada por armas femeninas, durante la fiebre y el delirio también siguió viendo y llamando a Francesca. «¿Por qué? ¿Estaría enamorado de ella?», se preguntó entonces con una sorpresa profunda, sincera, casi infantil. Se miró en el espejo que había encima de la chimenea. «A lo mejor la amaba... ¡Sólo Dios lo sabe!», pensó, mirándose fijamente con ingenuo asombro."

E eis que aparece o Conde de Parma, o debilitado Conde de Parma. Não vou contar mais.

"«Claro, Francesca.» Y comprendió de pronto que todo había ocurrido de manera ordenada y consecuente, que las cosas no habían empezado el día anterior, y que quizá tampoco acabarían del todo aquella noche; que un día, muchos años atrás, Francesca, el conde de Parma y él habían iniciado algo, y que en ese momento iban a continuar el diálogo iniciado; por eso no había partido él de la ciudad, por eso estaba allí, delante del conde que lo miraba entre resoplidos, agotado, de pie ante los lacayos, que parecían formar un pequeño ejército, como si el noble fuera el comandante y se estuviera preparando para el ataque. Ese aspecto tenía el conde de Parma, ese aspecto tenían sus lacayos, con los candelabros de cinco brazos en las manos.
—¡Oiga! —dijo Giacomo en voz muy alta, dando un paso hacia delante, en dirección a la fastuosa comitiva—. ¿Hay alguien ahí?"

A capacidade de Sandor Marai de criar texto sobre texto que não sobre antes vá camada sobre camada recriando o espaço, a situação, os humores, os fios de prisão, é supina. Não há uma palavra a mais neste livro. E as coisas que acontecem contadas são poucas, acreditem que é assim. Francesca ganha, sendo a sua intervenção o auge, o cerne, o coração palpitante desta grande peça de teatro, digo. Que aliás polariza os comentários que eu fui lendo pela internet fora sobre este livro.

"—Pues hazlo entonces, Giacomo —dijo ella en voz baja y sosegada. Inclinó la cabeza a un lado; la máscara miraba el aire con indiferencia—. Hazlo —repitió ella—. ¿A qué esperas, amigo?... Empieza ya, ha llegado el momento. He venido hasta aquí, no tienes ni que salir bajo la tormenta, porque, por si no lo sabías, a medianoche se ha desatado una tormenta, una tormenta heladora azotada por el viento del norte, que levanta la nieve por los caminos formando enormes torres blancas. Pero aquí dentro hay silencio y un calor perfumado. La cama está hecha, ya lo veo. Siento el aroma a rosas y ámbar. La mesa está puesta para dos, con delicadeza y elegancia, según los usos más nobles. Es medianoche pasada, la hora del souper. Empieza, pues, Giacomo.
Se sentó al lado de la mesa, repleta de comida y de bebida, con cortesía y educación; se quitó los guantes, se calentó las manos con el aliento y también frotándoselas, y se mantuvo expectante, como si estuviera aguardando al camarero.
—¿Cómo vas a empezar?"

Quando acabei de ler Francesca um arrepio percorreu-me a espinha. Existe, eu senti, está demonstrado. Nunca maior libelo contra Casanova tinha sido escrito. E agora? Era afinal este livro, esta peça de teatro um caso fechado à volta da declaração quase tribunalícia de Francesca? Não, não é. A grande razão que arrasta, move e comanda Francesca existe e está lá. Mas também o seu reverso, o seu humilde reverso. E da solidão inapelável de Casanova no fim desta aventura alimenta-se o mesmo, e mais uns quantos personagens, gente submetida não à excepção A, mas mais bem provavelmente à excepção B. Eu acho que é assim, e tenho dito.

"Luego se levantó, alzando con las dos manos el cuerpo de la joven, y la dejó en el suelo sin prestarle atención, como si de un objeto se tratase. Distraído, miró a su alrededor, cogió el florete de la mesa y lo colgó del cinturón.
—¡Y ahora ponlo en limpio! —le dijo a Balbi."

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